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miércoles, 28 de noviembre de 2018

El Refugio Antiaéreo del Cerro de la Tiza, Martos. Aula de historia subterránea

Saludos, amigas y amigos.

Pues sí. Una vez más (y las que queden) me dispongo a hablar de otro de los vestigios de la Guerra Civil que sobreviven en Martos.

Lo hago porque quiero, porque me encanta, porque puedo y porque poco o nada se ha escrito sobre este lugar.

Y también porque sé, que estos artículos atraen el interés de gran número de personas interesadas en nuestro patrimonio e historia, al tiempo que mantiene entretenidos a otro puñado de personajes, que aún sabiendo que no leen mis artículos, se ponen totalmente extasiados cuando escribo sobre historia reciente, Guerra Civil y Refugios, teniendo así de nuevo, motivos para señalar lo horrible y abominable que soy (realmente ellos utilizan otros palabros más soeces, porque la inteligencia no les da para tanto) por estar sacando a la luz, la historia que curiosamente algunos no quieren que se sepa.

Es curioso pero en pleno siglo XXI, en este país, se puede hablar de historia y con orgullo de ella, siempre que abarque desde los albores de los tiempos, hasta los primeros años del siglo XX. 
Después de eso, hablar de la II República, de la Guerra Civil o de la Dictadura, es entrar en una vorágine de revisionismo, ocultamiento y odio, unas veces intencionado y algunas otras, adoctrinado.

Expresiones tales como: “siempre la misma historia” “que eso fue hace mucho” se unen a los nuevos “lo de Franco no fue una dictadura” “todos cometieron barbaridades” y toda serie de perlas que cualquier niño de 10 años sabe que son mentira. Pero en fin, qué se puede esperar de estos tiempos, en los que hasta se afirma que la Tierra es plana...

Conclusión: el pueblo que olvida su pasado, vuelve a repetirlo y eso lo saben bien por ejemplo en Alemania, donde los campos del horror nazis atraen a millones de visitantes.
No se puede imponer el olvido, cuando miles de víctimas claman desde las cunetas, de igual modo que los judíos no pueden olvidar el holocausto y sus 6 millones de muertos. Un plato es un plato, y una dictadura es una dictadura y todos cometieron barbaridades porque por eso se llama guerra, pero, ¿no cometieron los aliados también barbaridades en la II Guerra Mundial como los bombardeos de Hiroshima, Nagasaki, Dresde o Varsovia que provocaron miles de muertos?

 ¿Esto hace a los nazis menos malos o genocidas?

Quien quiera ocultar la historia, sus motivos tendrá obviamente.

Acabada esta populista y radical reflexión, nos vamos a unos 5 kilómetros del casco urbano de Martos, siguiendo el trazado de la Vía Verde del Aceite en dirección Alcaudete.
 


Tras pasar las inmediaciones de la Casería de la Dehesilla, nos encontramos con un cerro tamizado de olivos, en el que llaman la atención un grupo pequeño de pinos de gran porte.


El cerro a simple vista no tiene nada de particular. Pero si nos acercamos y somos un poco curiosos, encontramos primero, los restos de lo que fue una cantera de yeso, que da el nombre al cerro, como Cerro de la Tiza. Sabiendo que la tiza, que proviene del yeso y el yeso mismo, es un tipo de roca que se formó en zonas acuáticas poco profundas en el periodo Triásico, encontramos aquí una primera particularidad que nos habla de una diferencia de este cerro.

Paisajes del Triasico
Si ascendemos hacia la parte alta, encontramos los tradicionales linderos que antaño separaban muchas superficies de cultivo, que no solo guardan una gran variedad de flora autóctona (encinas, coscojas, jaras) sino que son un refugio de fauna, hoy en peligro de extinción.


En la zona alta del cerro, encontramos unas extrañas formaciones rocosas entre los olivos. Unas formaciones que cualquiera diría que son cosa del hombre, puesto que son rectas y forman ángulos de 90 º. Estamos ante los restos de un antiguo poblado romano, cuyos cimientos aún resurgen entre las raíces de los olivos centenarios. Unos restos arqueológicos que como siempre, no han captado el interés ni de estudiosos ni de arqueólogos para saber más de ellos.


Casi sin movernos, si nos fijamos bien en el suelo, encontramos algo realmente curioso. Y es que las rocas que pavimentan de forma natural este olivar están plagadas de fósiles de almejas, mejillones y de un amplio abanico de especies marinas fosilizadas.


Las propias rocas, tienen un aspecto muy parecido al de la arena de la playa actual, con la diferencia de que aquí, forman bloques de roca, compuestos de arena y conchas.  Este curioso descubrimiento, nos habla del pasado remoto de la ciudad de Martos, cuando hace más de 200 millones de años, nuestra ciudad, junto a buena parte de la Península Ibérica, se encontraba sumergida bajo las aguas del Océano prehistórico de Tethis.

A lo largo de los milenios, el Término de Martos, fue convirtiéndose en una zona de escasa profundidad marina, hasta convertirse en una zona lacustre o de lago salado aislado del mar, que con el tiempo se fue desecando, formando primero una playa prehistórica que formó las rocas que tenemos ante nosotros, y después una acumulación de sales que formó los yacimientos de yeso cercanos. (Hoy día encontrar estos fósiles es complicado, puesto que los dueños de los olivares, hartos de encontrar gente sacando fósiles de sus olivos, llenaron sus campos de restos de biomasa de olivar, que tapó totalmente el suelo)
Sin duda, conociendo lo que hasta aquí he relatado, ya nos encontramos con un cerro bastante singular.

Pero lo mejor como siempre está por llegar.


El protagonista de este artículo se encuentra a muy pocos metros del citado Olivar de los fósiles. Escondido bajo las altas copas de los pinos, encontramos lo que comúnmente los marteños llaman “la Cueva de los Borreros”. Sin embargo, con solo echarle un vistazo nos podemos dar cuenta de que no se trata en absoluto de una cueva natural.


Estamos ante una serie de refugios antiaéreos excavados en el lecho de este cerro. Exactamente, sin un estudio arqueológico, no podemos saber si estos refugios ya eran utilizados con otro uso antes de la guerra, o fueron excavados a propósito para la misma.


Lo que sí se constata es que fueron excavados en el lugar gracias a la facilidad que daban las rocas de escasa dureza y que se construyeron varias galerías subterráneas, que podían alcanzar cerca de los 100 metros de extensión.


En la actualidad, estos pasadizos subterráneos no son tan extensos puesto que con el tiempo han sufrido derrumbes o han ido quedando ocluidos por la entrada de tierra de forma natural o provocada por los animales.

Aún así, siguen quedando 3 tipos de galerías diferenciadas.


Una primera, que tras una pronunciada caída, se adentra unos 20 metros en la tierra. Es el pasadizo más alejado, que según fuentes orales, era utilizado como polvorín para guardar explosivos y municiones alejados de la tropa, protegiéndolos de bombardeos o accidentes.


Un segundo pasadizo, de unos 10 metros, se encuentra con sus entradas parcialmente cegadas y podría ser un abrigo para la tropa, donde los soldados se recogerían para protegerse del frío, el viento o la lluvia.

El tercero, el más grande, se encuentra en unas condiciones regulares.


Su entrada forma varios quiebros para evitar el efecto de ataques directos con bombas. En su interior, encontramos un primer paso cegado a la izquierda. Girando a la derecha,  encontraremos una entrada que hoy se encuentra cegada, totalmente minada por los conejos.


Si seguimos adentrándonos en la tierra, por la larga galería vamos encontrando aún las marcas de las herramientas que se utilizaron para la excavación del refugio, junto a varias repisas que servían para colocar los carburos que iluminaban la galería. Tras un largo trecho, llegamos al final del refugio, que se bifurca en tres direcciones.


Pareciera que dos de estas bifurcaciones son muestras de que el refugio inicialmente estaba planificado para ser mucho más extenso y no dio tiempo a seguir adentrándose en la tierra o bien, alguna circunstancia detuvo por siempre la excavación.

El pasillo restante estaba comunicado con el exterior pero sufrió un derrumbe hace varias décadas.




Tras la descripción del refugio, podemos cuestionarnos el por qué de este refugio a tanta distancia de Martos.

El motivo es bien sencillo.
Desde el cerro donde se encuentra, se podía controlar la Línea Linares-Puente Genil, junto a la carretera que llevaba a Monte Lope Álvarez.


El ferrocarril estaba cortado a la altura de la cercana localidad de Alcaudete puesto que la línea se adentraba en zona controlada por los golpistas, pero se temía que pudiera ser utilizado para algún tipo de ataque enemigo con trenes blindados.


La carretera que llevaba a Monte Lope Álvarez, era una carretera estratégica, puesto que el frente, se encontraba a unos kilómetros de la pedanía marteña, por lo que era fundamental a la hora de que se pudiera producir algún ataque enemigo, ya que desde la carretera, se reforzaría rápidamente el frente.


Además, desde esta posición se controlaba visualmente el frente de Porcuna e Higuera de Calatrava, una zona en constante movimiento faccioso durante toda la guerra, por la que provenían además, los aviones franquistas, (enviados en su mayoría por la Alemania Nazi y la Italia fascista) que atacaron Martos en más de una veintena de ocasiones.


Esta posición actuaba como una vigía de alerta temprana.

Pero no solo se utilizaba el lugar para la vigilancia. En la zona alta, cercana a las citadas ruinas romanas, se colocaron varias ametralladoras y cañones antiaéreos, con los que se pretendía evitar los destructivos vuelos franquistas que solo en Martos, produjeron un número indeterminado de muertos, que se estima podría ser cercano al centenar.


A un kilómetro de este lugar, existió el que posiblemente fuera el refugio antiaéreo más grande de toda la localidad de Martos. Se trataba de un refugio excavado entre los olivares, que pudo tener una distancia de unos 500 metros y que cruzaba la carretera del Monte Lope Álvarez, de un lado a otro, sirviendo como almacén de gran cantidad de material militar. Dicho refugio, formaría parte de todo el conjunto defensivo del que el refugio de la tiza formaba parte. Hoy no queda nada de él, puesto que fue rellenado con escombros hace muchas décadas y así se perdió irreversiblemente.
 
Estamos por tanto ante otro de los ejemplos de defensa exterior de la Ciudad de Martos, un lugar que, de forma callada y desde el olvido, nos cuenta una gran cantidad de información que sigue siendo una gran desconocida, en estos tiempos de manipulación histórica y de olvido obligado.

domingo, 25 de febrero de 2018

La Peseta Marteña, legado histórico perdido entre cajones

En la larga y dilatada historia de la Ciudad de Martos, han sido varios los períodos en los que nuestra ciudad, singularmente se ha dotado a sí misma de la capacidad de producir su propia moneda.

 
En el yacimiento arqueológico de Bora que la mayoría de estudiosos localizan en el Cerro de San Cristóbal, muy próximo a Las Casillas de Martos, encontramos lo que pudo ser la primera Ceca o fábrica de moneda de nuestra historia. Las monedas de bronce acuñadas en el siglo I a.C. en este lugar estaban compuestas de tres formatos: el semis, el as y el dupondio.


Siglos más tarde en época visigoda, nuestra ciudad volvió a acuñar moneda en oro y en las mismas aparecieron las efigies de muchos reyes visigodos de la época como Sisebuto, Suintila, Sisenando, Chintilla, Ervigio o Egica, en las que aparecía además la leyenda “IVSTVS TUCI” como seña del lugar de procedencia. Estas monedas junto a las de Bora en la actualidad, se conservan en bellos tesoros guardados en colecciones que en el mercado numismático alcanzan importantes sumas de dinero por la adquisición de tan solo una de estas piezas.


No ha seguido nuestra ciudad, lamentablemente, el ejemplo de otras muchas localidades cercanas como Porcuna o Baena, cuyo pasado numismático tiene un lugar privilegiado en sus museos y en los mismos incluso, se puede encontrar mucha moneda marteña orgullosamente mostrada, mientras que nuestra ciudad sigue ignorando el interés por el turismo histórico que generan dichos espacios y restos arqueológicos.

Sin embargo, cuando se repasa la historia de la Ciudad de la Peña en cuanto a acuñación de moneda se refiere, casi siempre suele olvidarse un período mucho más reciente de nuestra historia, el último en el que Martos volvió a contar con su propio dinero.

Así, la Peseta Marteña acuñada durante el período de la Guerra Civil en nuestra ciudad, queda olvidada e ignorada y esas pesetas, que son unas grandes desconocidas y olvidadas, suelen dormir en demasiadas ocasiones en sótanos, cajones y armarios perdidos, ignorando el gran valor histórico, cultural y patrimonial que tienen, por no hablar, claro, del monetario, puesto que la “peseta marteña” también circula en el mercado coleccionista y a precios en ocasiones, desorbitadamente altos.


La peseta de Martos surge en un período de nuestra historia reciente en el que la tragedia de una guerra en todo el país, desembocó en una extensa cantidad de medios de pago, la cual permitió a la población cubrir sus más elementales necesidades comerciales.


Ante la imposibilidad de que la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre (FNMT) pudiera dar respuesta a las necesidades monetarias de la población debido a la situación político-militar del momento, muchas ciudades y pueblos se vieron en la necesidad de buscar su propia solución para evitar el colapso del pequeño comercio y facilitar las transacciones en una economía que por entonces era casi de subsistencia.



Estos nuevos billetes locales fueron instrumentos de pago realizados en condiciones precarias, creados con imaginación y arte, que comenzaron a aparecer a los pocos meses del Golpe de Estado del 18 de julio de 1936.


Después del inicio de los combates, muchos ciudadanos comenzaron a guardar su moneda como si de un tesoro se tratara, al tiempo que la moneda nacional perdía su valor día tras día. Ante esta situación de depreciación monetaria, los ciudadanos acapararon las monedas de plata, bronce o níquel, cuyo valor metálico se conservaba ocurriera lo que ocurriera en el conflicto armado.

La Fuente Nueva unos años antes de la guerra civil
Las primeras monedas en desaparecer fueron las de 1,2,5 pesetas y 50 céntimos de plata. Tras ellas, las de bronce de 1,2,5,10,25 céntimos que, o fueron atesoradas por la ciudadanía, o fueron a parar a las fábricas de munición.

Peseta de Plata
El propio Gobierno de la República guardó moneda, puesto que la devaluación de la peseta generada por la guerra obligó al mismo y al Ministro de Hacienda Juan Negrín, cuyos esfuerzos se centraban en la compra de armas y suministros para sostener la guerra, a pagar a los proveedores internacionales con metales nobles o moneda extranjera, ya que estos dudaban sobre el valor de la peseta.


Así, comenzó un proceso en el que las monedas de plata fueron sustituidas por certificados de plata en papel y los sueldos de soldados y funcionarios pasaron a ser pagados única y exclusivamente en billetes, facilitando al Estado la retención de moneda de plata.  


La aparición de estos billetes produjo que la población comenzase a utilizarlos también, reservando sus monedas para sí mismos, lo que llevó a que la moneda metálica se volatilizara; provocando que muchos establecimientos no dispusieran de ningún tipo de moneda pequeña para realizar vueltas y cambios.  

La Peseta Rubia
Por tanto, había dinero pero casi no se podía gastar, puesto que durante la guerra, la mayoría de los productos cotidianos valían menos de cinco pesetas: un litro de leche 60 céntimos, un kilo de patatas 50 céntimos, un litro de vino 40 céntimos, un café 20 céntimos, etc.


Fueron muchos los medios de comunicación de la época, los que haciéndose eco del clamor ciudadano, pedían acabar con la angustia de tener dinero y no poder gastarlo por falta de moneda corriente.

Ante esta situación, algunos comercios comenzaron a emitir su propia moneda, con la que surgía la picaresca española, puesto que el negocio que emitía su propio dinero, se aseguraba para sí una clientela que no podía gastarlo en otra tienda.



Con la profusión de este tipo de dinero, la gente se veía obligada a salir a la calle cargada con todo tipo de "papeles monetarios" que provocaron que organizaciones locales, sindicales y militares cubrieran el vacío de moneda nacional; primero con el regreso al trueque y después, con la fabricación de sus propias monedas y billetes.

Se produjo moneda local en grandes capitales que rápidamente fue copiada por pequeños municipios, por imitación e incluso por orgullo o competencia entre pueblos.


La mayoría de las emisiones iban respaldadas por un depósito de moneda legal igual a la cantidad de billetes expedida, que solían ser billetes del Banco de España que se guardaban en algún banco o caja de seguridad del Ayuntamiento. Este dinero solo tenía validez dentro del municipio y su término, lo que complicaba el comercio en tiempo de guerra.


Al principio, el Gobierno Republicano no pudo afrontar la situación de caos monetario y de proliferación de moneda local que vivía España, ya que estaba asediado por multitud de problemas a los que debía hacer frente, desde las derrotas militares como la pérdida de Málaga o el avance franquista sobre el frente norte, a los hechos de Barcelona en los que se enfrentaron anarquistas al gobierno autónomo catalán y al español, junto a la sucesión de gobiernos al frente de la República (José Giral, Largo Caballero, Juan Negrín).

No fue hasta 1938, cuando desde el Gobierno comenzó a prohibirse por decreto la emisión de monedas y billetes locales, fijándose un plazo de un mes para el canjeo y retirada de todos los billetes locales emitidos hasta el momento.

Se intentaba así demostrar, que la potestad de imprimir monedas o billetes era exclusiva del Estado. Sin embargo, en ese momento el Estado no podía reemplazar toda la moneda local emitida hasta entonces, al carecer de valores monetarios suficientes.


Pesetas de Carton
Durante toda la guerra, el Gobierno Republicano intentó paliar la situación, primero, emitiendo certificados de plata de 5 y 10 pesetas puestos en circulación en octubre de 1936. Después, desde el 19 de marzo de 1937, mediante el decreto de la producción de monedas de 1 y 2 pesetas de cobre y aluminio (que eran metales de escaso valor); pero la producción de las mismas se vio retrasada, puesto que junto al traslado del Gobierno a Valencia provocado por el avance de las tropas facciosas hacia Madrid, se produjo el traslado del Banco de España y la FNMT. Esto hizo que finalmente, solo la moneda de 1 peseta se acuñara a lo largo de marzo de 1937. Tras esta moneda, bautizada como “la rubia”, que se hizo muy popular en España al seguir produciéndose en la dictadura con la efigie de Franco, se dispuso la fabricación de monedas de 10,25, y 0,50 céntimos a primeros de 1938.


A comienzos de este año también, se ordenó la emisión de nuevos billetes o "certificados de moneda divisionaria" con las cantidades de 50 céntimos, 1 y 2 pesetas. Con estos, se logró cubrir por fin la antigua gama de valores de moneda y en ese momento, el Gobierno al fin fijó un plazo de 30 días para que los ciudadanos cambiaran su dinero por dinero del Estado. Sin embargo y pese a los esfuerzos del Estado Republicano, nuevamente se vio fracasado el intento de retirada del dinero local, puesto que no se había proporcionado dinero por debajo de los dos reales, que era el tipo de moneda montante y sonante más común entre la población.



Finalmente, mediante decreto del 24 de febrero de 1938, se habilita provisionalmente como moneda de curso legal los sellos de correo de 5, 25, 10 y 15 céntimos, que irían adheridos a discos de cartón con el escudo nacional. Estas monedas se emitían con la previsión de ser sustituidas por moneda metálica cuando fuera posible.


Llegó a plantearse incluso la posibilidad de emitir monedas de hierro. Y así el Gobierno, con dinero de papel, metal y cartón, presionó a los municipios a partir de marzo de 1938 a que retirasen sus monedas locales.

Pero si difícil era la situación en los territorios de la República Española, en las zonas bajo control sublevado la situación no era mejor.


Los golpistas que no habían conseguido hacerse con el control del aparato del Estado, debieron crear nuevas estructuras de poder incluyendo un nuevo Banco de España bajo el control de Burgos.

Inicialmente, a partir de noviembre de 1936 se prohibió la circulación de los billetes puestos en circulación por el Banco de España republicano a partir del 18 de julio de 1936. Los billetes anteriores debieron ser estampillados, para diferenciarlos de la moneda en zona leal, lo que dificultó aún más las transacciones y pagos durante la guerra, puesto que la tenencia de pesetas republicanas en zona sublevada representaba un grave peligro y del mismo modo ocurría al contrario, donde la tenencia de "pesetas facciosas" en zona republicana llevaba a que su propietario fuera considerado enemigo del Estado.

Peseta de hierro
La situación empeoró aún más cuando desde el Gobierno de Burgos se contrató a varias Casas Alemanas e Italianas para la producción de nuevos billetes.

Dichas fábricas apenas tenían experiencia en producción de papel moneda, lo que llevó a la falsificación de gran número de billetes nuevos.

Con todo el país sumido en este caos, en nuestra ciudad, al igual que estaba ocurriendo en muchas localidades cercanas como Linares, Alcaudete, Porcuna o Torredonjimeno, comenzó a producirse moneda propia para hacer frente a los “papeles monetarios” que varios negocios de nuestra localidad como panaderías o tiendas de comestibles comenzaron a imprimir.


El diseño de estos billetes era muy simple, alejado de los trabajados y bellos billetes producidos en muchas localidades cercanas a nosotros y quizás, esto se deba a la premura y urgencia de su puesta en circulación. Un simple sello con el valor, bajo el lema de Ayuntamiento de Martos, comenzó a circular por nuestro término municipal aunque se cree, que llegó a circular incluso por Fuensanta de Martos y algunas cortijadas de Los Villares, históricamente vinculados a nuestra ciudad.


Se imprimieron valores de 5, 10, 25, 50, 75 céntimos y 1 peseta, supliendo así las cantidades monetarias más pequeñas y más reclamadas por la población para uso diario.


Como singularidad, también se produjeron billetes emitidos en la pedanía de Las Casillas de Martos, cuyos pequeños vales creados por el sindicato UGT no se sabe si fueron impresos por la escasez monetaria en esta población que no fue paliada por el Ayuntamiento marteño, o en un intento de independencia económica diferenciada de Martos, que aumentara el orgullo propio de casilleros y casilleras.


Finalmente, estos billetes con mayor o menor intensidad convivieron con las monedas de cartón emitidas desde Jaén Capital por orden gubernamental, hasta que fueron paulatinamente retirados, a pesar de que muchos de ellos llegaron a ser utilizados aún en los últimos días de la guerra, cuando fueron destruidos en gran cantidad, al ser considerados los mismos, junto con el dinero emitido por el Banco de España republicano, un elemento “subversivo” así considerado por las nuevas autoridades franquistas que se instalaron en nuestra ciudad al final de la guerra.


Aún así, en la actualidad, esta singular muestra de nuestra historia, se ha convertido en todo un tesoro muy preciado por coleccionistas que en muchas ocasiones pagan importantes cantidades de dinero por pequeñas porciones de historia cuyo valor monetario fue minúsculo, pero cuyo valor histórico y singular, es tremendo.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Casamata del Cerro del Calvario de Alcaudete, Atalaya de Fronteras Centenarias

Saludos amigas y amigos

Ahora que para bien o para mal va terminando el verano y para muchos toca volver a la normalidad, os quiero invitar a conocer un nuevo vestigio de la guerra civil en la provincia de Jaén.

Un vestigio, que quedó como ejemplo de una lucha que hace décadas se produjo en nuestro país y que aún hoy nos habla de ese combate por la libertad y contra el totalitarismo. Un recuerdo que hoy deberíamos tener muy presente ahora que totalitarismos de muchas clases de nuevo, combaten nuestra libertad, democracia y modo de vida occidental, ya sea desde el fanatismo islamico o la barbarie de extrema derecha.

En un tiempo además, en el que la historia se está tratando de manipular por ciertos sectores, y internet está lleno de sandeces cada día más delirantes del tipo "franco no fusiló a nadie" alimentadas por libros (que más que libros son panfletos) publicados sin ningún tipo de rigor, toca más que nunca acercarse a la historia misma y tocarla para conocer con seguridad, tanto como aconteció en nuestro país.


Hoy vamos a visitar Alcaudete y conoceremos la Casamata del Cerro del Calvario.

 


Enclavada en el Cerro del Calvario, rodeada de pinares con unas magníficas vistas al Castillo de Alcaudete enclavado justo enfrente, vecina a la Ermita del Calvario, está Casamata es uno de los pocos ejemplos de arquitectura militar del Ejército Popular de la República que queda en Jaén.



Fue construida en 1937, tras la llegada del ejército sublevado desde Africa, que comenzó a avanzar por Andalucía a sangre y fuego, tomando varias localidades proximas a Alcaudete, en la cercana Subbetica Cordobesa.

Se trata de una estructura militar abovedada y parcialmente enterrada, con forma circular para hacer frente a ataques aéreos y en cuyo interior se disponía artillería que se apostaba en las troneras dirigidas hacia el frente.



Desde el interior del reducto se pueden contemplar unas magníficas vistas de todo Alcaudete y de la Subbetica Cordobesa controlada parcialmente por los facciosos junto a la carretera hacia Castillo de Locubín y Alcalá la Real, poblaciones igualmente controladas parcialmente por los sublevados en las que se luchó durante toda la guerra.


Desde aquí se controló esta parte del territorio republicano, que tuvo que hacer frente y oposición a los sublevados, al tiempo que resistía ataques aereos.



En esta zona ademas, fue particularmente intensa la actividad de grupos de "operaciones especiales" que fueron una auténtica particularidad de nuestra guerra y que marcaron el inicio del funcionamiento de los mismos, en los ejércitos contemporáneos. Desde aquí, varios comandos se adentraron en zona nacional para combatir desde dentro al ejercito sublevado.



Esta edificación fue restaurada hace algunas décadas aunque de nuevo se encuentra abandonada, por lo que sería muy recomendable una nueva actuación de conservación y puesta en valor, que la incluya en las rutas turísticas de la localidad, puesto que está demostrado que este tipo de turismo que se interesa por estos lugares cada día está más en auge.