Saludos amigas y amigos.
En
este pequeño apartado en el que nos acercamos a las curiosidades
cotidianas de nuestra vida que muchas veces pasan desapercibidas, hoy
quiero hablaros sobre una de las costumbres más arraigadas en la
actualidad en nuestra sociedad, que pareciera que llevan toda la vida
con nosotros y que realmente son unas auténticas moderneces.
Y
es que ¿a quien no le gusta comer pipas? ¿Quién no se ha abandonado
largos ratos de conversación con los amigos los fines de semana o las
noches de verano a la fresca comiendo puñados y puñados de ese fruto
seco?
¿Que sería del botellón, de los bares sin las pipas tostadas de girasol?
Sin embargo esta costumbre tan tan española, apenas si tiene 100 años...
Parece
ser que está costumbre comenzó a extenderse en España tras el Crack de
1929, que trajo la mayor crisis y depresión económica de la historia.
Nuestro
país, sufrió las consecuencias de esta crisis, agudizada por una crisis
agraria que hacía estragos en las despensas españolas y una crisis
política que dejaba a nuestro país dando tumbos, entre una monarquía a
punto de derrumbarse sin apoyos políticos, que había utilizado como
salvavidas una dictadura que estaba a punto de caer y que iba
abocada a la proclamación de la II República.
En
aquellos años, los infinitos campos de cultivo de la Unión Soviética
comenzaron a abrirse al mundo y a exportar ingentes cantidades de pipas
de girasol que fueron adquiridas por nuestro país, inicialmente como un
producto barato para la alimentación animal.
La
crisis agudizó el ingenio y no tardó en ser incorporada esta nutritiva
semilla a la dieta obrera sobre todo, que en aquellos años se limitaba a
combinar patatas, legumbres y algunas hortalizas.
El
consumo de pipas comenzó a crecer en zonas agrarias como Galicia o Castilla la Vieja (actual Castilla y León) pero no llegó a generalizarse hasta 10 años más tarde con el
inicio de la guerra civil española.
La
guerra, produjo una gran escasez de productos básicos que obligó a
completar la dieta con todo tipo de productos (que hoy día, tienen un
espacio importante en nuestra dieta y en nuestros aperitivos) destacando
leguminosas como las avellanas, las pipas de calabaza,
la raíz del regaliz (palodú, sustitutivo del azúcar en aquellos años) y
otros hoy si más olvidados, como las algarrobas o las bellotas.
En
el caso de las pipas de girasol, su consumo no se generalizó hasta la
irrupción en España de las Brigadas Internacionales provenientes de la
URSS, que trajeron con ellas, la costumbre muy rusa y soviética del
consumo de pipas.
Rápidamente,
el consumo de estas semillas se convirtió en tan popular y socorrido
(en zona Republicana) que los vendedores ambulantes se contaron por
miles y su consumo se volvió tan habitual que llegó a producir problemas
de higiene, por las ingentes cantidades de cáscaras que se acumulaban
en lugares públicos como los cines.
Su
irrupción fue mal vista en muchos sectores de la sociedad, empezando
por la sociedad más conservadora, que vio en este producto una comida de
pobres u proletarios, y que llegó a convertirla en un tabú para las
mujeres, que eran mal vistas cuando las compraban y las comían en
público.
No
es de extrañar por tanto que durante los primeros años de la dictadura, quisieran arrancar de raíz esta costumbre (que se había extendido
por todo el país al finalizar la guerra) a la que se atribuía signos de
cultura libre y su consumo se prohibió en múltiples
espacios y se persiguió a las mujeres que las comían libremente en los
espacios públicos.
Claro está, que lo prohibido siempre suele producir el efecto contrario al perseguido.
Y
así, una semilla que al principio fue pensada para animales, terminó
convirtiéndose en el más popular de los alimentos que hoy seguimos
consumiendo, como si fuera lo más propio de nuestro país...cuando fue
realmente una costumbre inaugurada por nuestros bisabuelos y abuelos en
aquellos tristes años.
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