Ahora
que va terminando la temporada de la aceituna y los campos vuelven a
una relativa calma tras los meses de recolección en los que han
estado plagados de visitantes y de maquinaria, y puesto que también la
primavera se va aproximando haciendo que el verde vuelva a ataviar
nuestros olivares y sierras, apetece salir de ruta para explorar una vez
más la Sierra Sur de Jaén; este vergel desconocido e inexplorado por
muchos, y olvidado por tantos y tantos que ignoran todas las maravillas
que atesora.
Hoy,
os invito a descubrir una de esas maravillas que esconde nuestra sierra
y que ha sido protagonista de no pocas historias y leyendas.
Nos vamos a descubrir la Cueva Terriza de Fuensanta de Martos.
Para
comenzar esta fácil e interesante ruta, podemos tomar como punto de
inicio el Parque de la localidad y la Fuente que da nombre a la misma,
la Fuente Santa o Fuente de la Negra; un lugar famoso desde hace siglos
por sus aguas, se cree, sanadoras, mágicas y telúricas, que aunque
quedará alejada de nuestro objetivo en esta ruta, también tendrá su
parte de protagonismo.
Pero no adelantemos acontecimientos.
Desde
aquí, podremos recorrer los escasos metros de la Avenida del Río hasta
llegar al Pilar de las Tinajas o Vadera, desde donde nos dirigimos
hacia las afueras del pueblo ascendiendo lenta y trabajosamente por
estas calles adaptadas a los cerros en los que se asientan.
Poco
a poco, los olivares y almendros salpicados de pequeñas huertas y
casas de campo, van dando paso a las encinas y matorrales mientras que
se van abriendo, proporcionando unas grandiosas vistas primero de la
propia Fuensanta y después, de muchos pueblos del entorno hasta terminar
por regalarnos unas curiosas vistas del Cerro de la Mota y de la
Fortaleza de Alcalá la Real.
Y
digo que son unas vistas curiosas puesto que uno no está acostumbrado a
deleitarse con las vistas de este histórico cerro...ya que desde mi
lugar de residencia, las cumbres de Ahillos y de Caracolera, entre
Martos y Alcaudete, esconden cualquier visión más allá de las mismas.
Mientras
recorremos los olivares, van surgiendo ante nuestros ojos cerros
rocosos a los que nos vamos acercando peligrosamente, en cuyas laderas
no ha conseguido arraigar el olivar, estando aún pobladas por bosques
de encinas y coscojares.
En este momento, al encaminarme hacia la cima de estos cerros pelados,
donde el olivar se va encajonando en las cañadas y barrancos...os tengo
que
hacer una advertencia. De buena seña sé, que existen rutas señalizadas
para llegar a la cueva en cuestión a la que nos dirigimos. Pero yo
siempre he creído que seguir los caminos ya establecidos, recorridos por
otras personas, es aburrido y predecible. Yo, siempre prefiero la ruta
más directa, aunque sea desconocida y salvaje, ya que siempre suele
deparar más de una sorpresa e incluso me puede poner en algún apuro, que
hace que luego recuerde con más cariño o menos tal o cual ruta.
Hay amores que matan y el mío es el senderismo, qué le vamos a hacer.
Volviendo
a lo importante. Una vez llegados a un pequeño olivar, encajonado en el
fondo de un barranco, llega el momento de ascender a las cumbres
rocosas que hasta el momento nos estaban vigilando desde arriba. En la
ascensión, podremos disfrutar de hermosas vistas de los encinares y de
las sierras que circundan esta zona.
Debemos
ir preparados para llevarnos algún que otro sobresalto y es que en esta
zona, abundan las cabras montesas en gran número, además de búhos y
águilas a los que deberemos molestar lo menos posible, puesto que en
estos momentos, seremos nosotros los que estemos en su casa.
Tras el pequeño ascenso, llegaremos a un claro en el bosque labrado para
la búsqueda de setas que en esta zona también son muy numerosas y
suculentas, y es que aquí abundan las setas de cardo, entre otras.
Caminando
por el límite del campo arado, llegaremos a una higuera que llama la
atención por ser la única de su especie en todo el bosque y sobre todo,
porque bajo sus ramas y raíces, se abre un enorme boquete en el suelo.
Ante nuestros ojos, aparece la Cueva Terriza.
Una
estancia de unos 20 metros cuadrados surge bajo el suelo
del bosque. A la vista queda que ha sido utilizada usualmente por
pastores que seguramente la utilicen como refugio ante las inclemencias
del tiempo, aunque en el interior de esta estancia subterránea, nunca
deja de gotear el agua que se filtra por todas partes y que llena de
musgos todas las paredes, dándole a las mismas un aspecto extraño y
fantasmagórico.
La
cueva se va estrechando conforme baja, al tiempo que la luz que se
adentra en ella se reduce rápidamente, haciendo que el fondo de la
misma sea un lugar lúgubre y agobiante al que no mucha gente es capaz de
asomarse y con razón, puesto que esta cueva termina en un pozo casi
vertical de unos 10 metros de profundidad. En este punto, surge otra pequeña
estancia a la que solo pueden llegar los atrevidos e intrépidos
aficionados a la exploración de estas estancias subterráneas que tengan
experiencia y vayan pertrechados para la escalada, claro, ya que en este
pozo abunda y mucho la humedad y el agua.
De
este lugar, surge la leyenda de que hace mucho tiempo, en la cueva se
guardó gran cantidad de paja para alimentar al ganado y que cuando la
misma fue cayendo por el pozo, fue arrastrada por las aguas subterráneas
hasta surgir por la Fuente de la Negra, donde comenzamos nuestra ruta.
También cuenta la historia, que en este lugar la guerrilla de Cencerro
encontró en varias ocasiones refugio durante sus andanzas contra la
dictadura franquista, como ya habían hecho los bandoleros decimonónicos
que lucharon contra los franceses en la Guerra de la Independencia, como
el guerrillero Luis Candelas o Antonio "el de Martos".
Por
no hablar de las historias de fantasmas, aparecidos, almas en pena y
tesoros magníficos escondidos en este sitio que siempre suelen llenar
estos lugares oscuros, tan llenos de misterio para el hombre desde
tiempos ancestrales.
Una
vez terminada nuestra visita a las entrañas de la Tierra, toca
proseguir la ruta adentrándonos aún más en la espesura del bosque. Un
bosque que termina en cuanto alcanzamos la cumbre de la montaña, donde
la vegetación desaparece en gran parte. Nos encontraremos en un
roquedal donde la mano del hombre ha dejado su huella durante milenios y
las grandes cantidades de roca que aquí encontramos, han sido
prolíficamente utilizadas para la construcción de chozas y corrales, o
simplemente aparecen acumuladas en grandes cantidades, en un intento de
dejar hueco a las tierras de cultivo, ya que antiguamente estos lugares
fueron zona de siembra de cereal.
Desde
estas alturas, podremos contemplar unas singulares vistas de toda
Fuensanta, de la Peña de Martos, del Pantano del Víboras y de toda esta
parte de la Sierra Sur de Jaén, mientras vamos perdiendo altitud y
regresando hacia nuestro punto de partida, acercándonos por los cortados
del despeñadero de Fuensanta.
Así, llegamos al final de nuestra ruta y nos adentraremos una vez más por
las callejuelas de Fuensanta de Martos. Un lugar que debe su nombre y
denominación al pérfido rey Alfonso XIII, quien en 1916 decidió
cambiar la denominación de muchos pueblos de nuestra provincia.
Con este dato histórico, terminamos, sabiendo que muy pronto, volverán nuestros pasos a recorrer estos hermosos parajes.
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